La condena de 7 años de prisión al expresidente argentino, Carlos Menem, a revela
que no existe impunidad política para siempre. Menem fue el hombre más poderoso de la Argentina entre 1989 y 1999. Además del Gobierno, controló
las dos cámaras del Congreso y a la “mayoría automática” de la Corte Suprema.
Durante
su gobierno y unos años después de 1999 logró “lavar” la causa de las armas de los delitos más graves como
asociación ilícita. Se sacó de encima al fiscal Carlos Stornelli –el motor de
la investigación judicial original– y logró el cajoneo del expediente.
Sin
embargo, tanto poder no le bastó para tener impunidad para siempre. Cuando este
año la causa llegó a la Cámara Nacional de Casación Penal se decidió condenarlo y ahora el Tribunal Oral en lo
Penal Económico N°3 le fijó la pena.
El
fallo muestra que, tarde o temprano, los resortes de la democracia funcionan.
Aunque en la Argentina haya 750 causas por corrupción política sin condena, el fallo de hoy abre un camino para los delitos de
“cuello blanco” que
le han robado al Estado, desde 1983, hasta ahora unos 10 mil millones de
dólares. Y es un mensaje en el sentido de que ni siquiera los expresidentes
tienen comprada la impunidad para siempre.
Podrán
presionar mientras conserven algo de poder político y plata, pero el poder es efímero. Es saludable que en estos
tiempos políticos que corren haya habido una señal clara de que todos somos iguales
ante ley.
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